¿Existe el diablo? Y, si está entre nosotros, ¿cómo se manifiesta? En la edición de Chester Satán que Cuatro emite el domingo 3 de febrero (21.30), Risto Mejide charlará con dos invitados que han visto de cerca el rostro del mal. Cada uno ha sabido salvarse y curarse, pero su encuentro con el demonio deja muescas imposibles de borrar.
El pianista James Rhodes
El pianista James Rhodes nació en una familia judía de clase alta en el norte de Londres. Estudió en el Arnold House School, y a los seis años empezó la pesadilla. El profesor de gimnasia del colegio empezó a violarle. Nadie de su entorno detectó que estaba siendo sometido a abusos. "Yo era un niño tímido, pero con él me sentía como una estrella. Un día me pidió que me quedara después de clase, que le ayudara a recoger los trastos. Me llevó a un cuarto y cerró la puerta. Yo pensé: 'Ah, otro regalo, genial'. Entonces me violó (...). Después de cinco años de sometimientos necesité cirugía porque me rompió la espalda".
Sobrevivir a la brutalidad exigió un camino inimaginable para un niño. "La primera vez que ocurrió salí de mi cuerpo, volé... Lo sentí como si fuera real, sentí que en ese momento estaba, literalmente, volando". El trastorno fue tal que, siendo niño, entendió que la sexualidad era una moneda de cambio para él. "Cuando eres un niño y tienes ciertos tipos de hombres mirándote, sabes en lo que están pensando. Te siguen a los baños, te echan esas miradas... Y te sientes poderoso".
Para James Rhodes ser víctima de abusos no solo implicó daños físicos irreparables: representó mantener escondido en lo más hondo de su alma un trauma. "Ver una escena de violación en una película me hace vomitar, literalmente. Cada vez que hay un ruido repentino, me sobresalto. Y, por supuesto, el auto-odio: sigo con problemas, hay días en los que quiero morir".
Por suerte, encontró una tabla de salvación: la música. "Cuando llego a casa, cierro la puerta y tengo mi piano y todas las cosas que necesito para sentirme seguro". Su cruzada ahora es proteger a los niños de los abusos sexuales y luchar para que este tipo de delitos no prescriban. "No puedo comprender que esto ocurra todavía. Cada semana hay otra historia como ésta".
Ramón es uno más de los miles de españoles expatriados. Licenciado en Ingeniería Química, vivió en diversas ciudades europeas hasta asentarse definitivamente en París, donde reside desde 2011. En noviembre de 2015, Ramón, junto a su novia Paola y unos amigos decidieron ir al concierto de Eagles of Death Metal en la sala Bataclan. Esa noche morirían en esa sala 89 personas.
"Al principio hay mucha confusión. Yo, como tantos otros, pensé que eran petardos. Claro, el sonido es muy similar. Pero pasan los segundos, se escuchan gritos y hay una parte que te engaña, al mismo tiempo que empiezas a decirte: 'No pueden ser petardos. Está pasando algo y me temo que sé lo que es'. (…) De manera casi instintiva, levanté la cabeza, miré y en ese momento, a la entrada del foso, vi a los tres terroristas disparando. Lo que recuerdo de esa cara, de esa imagen, es la expresión de los ojos. Una expresión dura. Una expresión, precisamente, casi de estar controlado por alguien, de estar haciendo eso fuera de sí". Una vez desatado el pánico, comenzó el caos. "En el momento de la huida, te lleva el instinto".
Durante los ataques yihadistas de París y Saint-Denis, murieron 137 personas y otras 415 resultaron heridas
. Escribir y contar lo sucedido en un libro, Paz, amor y Death Metal, se convirtieron en su mejor terapia. "Narro mi experiencia junto con mi novia y mis amigos aquella noche, pero voy más allá. Hablo del después. De cuando el foco mediático se va, de qué ocurre con los supervivientes".