Sacrificio en 'La vida con Samanta'
"Acto de abnegación inspirado por la vehemencia del amor". Así define el Diccionario de la Real Academia la palabra sacrificio. Es solo una de sus siete acepciones, todas marcadas por un concepto común: el sufrimiento entregado a una causa. En el tercer reportaje de La vida con Samanta, que Cuatro emite el lunes 4 de febrero a las 22.45, Samanta Villar indagará las razones por las que alguien puede decidir sacrificar algo en la vida.
Samanta conocerá a Vicente y Ray, una pareja muy familiarizada con el sacrificio. Para estar más sanos física y mentalmente practican ayunos y se alimentan solo de la energía que les rodea, el sol, el agua, la propia respiración o la meditación. Es el prana, una modalidad de yoga cuyo último objetivo es fundirse con la energía vital.
Aseguran que desde que empezaron, no han vuelto a enfermar. "Son los ascetas del siglo XXI, gente que va más allá del límite corporal con tal de explorar nuevos espacios de conciencia. Están dispuestos incluso a sacrificar la vida porque para ellos no hay diferencia entre vida y muerte", explica Samanta.
La reportera los invita a su casa y los acompaña durante tres días con su ayuno, en el que tampoco tomará agua. "Un ayuno seco de tres días es poner tu cuerpo y tu mente al límite. En algún momento creí que no podría continuar", confiesa la periodista, que, pese a los altibajos emocionales y físicos, experimentará una sorprendente sensación de bienestar.
"Para presumir hay que sufrir". Es el mantra de Kalaca Skull, el siguiente protagonista de La vida con Samanta. Siempre tuvo el deseo de convertirse en una calavera y va camino de conseguirlo a base de dinero y dolor. Desde niño había sentido cierta atracción por la muerte y al morir su madre, cuando tan solo tenía diez años, le prometió que se convertiría en una persona fiel a sí misma y diferente a las demás.
Durante diez años ha estado modificando su cuerpo con tatuajes e intervenciones quirúrgicas. Hoy lleva las córneas tatuadas para simular que tiene las cuencas de los ojos vacías y su lengua es bífida y está teñida de gris. Pero lo extremo, sin duda, es la amputación de la nariz y las orejas. En La vida con Samanta los espectadores verán su siguiente paso: someterse a una operación para ponerse mentón y ser, al fin, la calavera viviente que desea ver en el espejo.
El sacrificio por amor es uno de los más habituales. A Raúl enamorarse le salió caro. No supo ver que ese amor traería consigo el mayor sacrificio de su vida: separarse de su hija. Todo era aparentemente normal en su vida hasta que a los pocos meses de ser padre se separó y su mujer se llevó sin previo aviso a la niña a Polonia, su país de origen.
Raúl viaja allí cada dos semanas para poder verla según lo estipulado en el régimen de visitas, pero su expareja no le lleva a la niña. Raúl lucha junto a otros padres para que no les dejen desamparados en los casos en los que sus parejas deciden volver a su país llevándose consigo a sus hijos de manera unilateral. Esta situación le ha supuesto tener que vender su casa para costearse los viajes a Polonia, los costes legales y los de abogados. Para él, todo sacrificio es poco porque está en juego la relación con su hija.