¿Dónde está Eritrea? Buscas en el mapa de África. Junto al mar Rojo, mirando a la península arábiga. ¡Qué calor!, ¡qué sed!, ¡qué hambre! Solo imagino espectros, sarmientos negros que deambulan por el desierto del Sahel. Van con sus cabras.
En África, vayas donde vayas, ves cabras. Una vez me crucé con un rebaño enorme en el centro de Dakar, en Senegal. Me explicaron que son la brigada basura: ropa vieja, plástico, desechos. Se lo comen todo. Las cabras engordan con la miseria negra. Y los africanos las pasean por las ciudades donde siempre hay alguna podredumbre que echarse a la boca. En Senegal, en Gambia, en Malí, en Sudán, en Eritrea.
Así me imagino a los eritreos: pastores de miserables cabras por calles y tierras secas. Delgados como momias deshidratadas. En mi imaginación no hay hueco para la belleza. ¿Puede haberla? Y sin embargo, veo fotos con rostros y cuerpos magníficos, sonrisas que despiertan las campanas del cielo. Sobre todo, mujeres. Cuando uno está al lado de una mujer negra, envuelta en su túnica de color añil, amarillo, rojo, como una cariátide de ébano, el niño cruzado en la espalda, el cuenco de agua en la cabeza, uno se da cuenta de que es pequeño como una hormiga.
Con todo ese poder, hombres y mujeres, adolescentes, niños, se lanzan al desierto para llegar a Europa. Si trazas una línea recta desde Eritrea a Sicilia, ahí lo tienes: casi 3.000 kilómetros quemándose los pies en los pedregales para luego tragarse el Mediterráneo y quedarse a las puertas. Odres hinchados de agua salada. Eritrea es la gran fábrica desconocida de los refugiados, una máquina de cadáveres. ¿Lo sabías? Ni idea.
Algunos tendrán suerte. Después de dejar atrás a sus padres, a su amor, su horizonte, su cielo, sus montañas, llegarán a Roma, a París, a Madrid. Llamarán a nuestra puerta. No les abriremos. Para hacerles caso, apenas un par de minutos, tendrán que salvar a un niño blanco colgado de un balcón porque su padre se entretuvo jugando al 'Pokémon GO'.
Miguel Ángel Oliver, presentador y editor de Noticias Cuatro