Me pregunto
Inevitable pensar en la línea imperceptible que nos separa a los que disponemos de lo necesario para vivir de los que viven sin nada o casi nada. Imposible no preguntarse por qué, si todos somos Homo sapiens. Por qué somos capaces de vivir ignorando la pobreza, la violencia, las carencias de miles de millones de descendientes -igual que nosotros- de esta rama del mono que triunfó sobre las otras variedades de homínidos en la carrera de la evolución. Por qué si ellos sienten y padecen igualmente, nos parapetamos detrás de unas orejeras virtuales para no ver el sufrimiento.
Hasta cuándo creemos que podremos ningunear la pobreza en el resto del mundo, sin que esa desidia afecte a nuestra cómoda existencia. Cómo hacemos para sentir paz en nuestras conciencias, si sabemos, porque lo sabemos, que otras personas, otros padres, madres, hijos, sufren hambre o se ven obligados a huir de la violencia y la persecución.
Si se calcula a escala mundial, formamos parte de una minoría que vive cada vez más años, gracias a que nos alimentamos mejor y nos sometemos cada vez a más pruebas y cuidados de prevención. Me pregunto qué ocurrió para que mi familia, mis compañeros de trabajo, mis vecinos, yo misma, tengamos permiso para vivir con toda la salud que permiten los conocimientos médicos actuales, mientras miles de millones de personas en todo el mundo viven a la fuerza de espaldas a lo básico.
Si viajamos hacia atrás en el mapa genético, todas las rutas nos llevan a África. A esa región del mundo que más millones de refugiados aporta a la cifra mundial de 68 millones que acaba de actualizar ACNUR, la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados.
Si nos movemos en el sentido inverso a las corrientes migratorias actuales, cruzamos el Mediterráneo y atravesamos el desierto del Sahara para después bajar hasta la región de Tigray en la frontera entre Eritrea y Etiopía, llegamos, como lo acaba de hacer Jesús Vázquez, a Adi-Harush, uno de los cinco campos de refugiados que administra ACNUR para dar acogida a las víctimas de la violencia.
Si ampliamos aún más la imagen, podemos entrar con Jesús a la consulta del doctor, del único médico que se ocupa de la salud de los 11.000 refugiados de Adi-Harush. Solo un doctor para los calendarios de vacunación, los partos, las picaduras de insectos, las gastroenteritis o los accidentes.
Un único médico para atender a las familias que huyen de la guerra, para garantizar la salud de los niños y las niñas que, antes de cumplir los 14 años, parten de Eritrea completamente solos para evitar ser reclutados como soldados.
Cómo podríamos dejar de recorrer, aunque sea virtualmente, el camino de vuelta hacia nuestros orígenes como especie. Los más elementales valores éticos llaman a nuestra puerta, para que nos comportemos como auténticos Homo sapiens.
Mirta Drago, directora de comunicación y relaciones externas de Mediaset España