Martín ha superado el curso con ayuda de su madre, aunque no de una manera demasiado holgada. Es un chico despistado hasta límites increíbles, y su madre está cansada y algo perdida con su educación. Nada parece motivarle.
A su madre le ofrecen un trabajo en un país árabe durante el verano a cambio de un mejor horario cuando regresa, y entonces, al pensar en qué hacer con su hijo, se le ocurre enviarlo a pasar el verano a Borneo, con su hermana, veterinaria especialista en orangutanes.
Al principio, Martín se opone a la idea, se siente incapaz de atravesar el globo él solo hasta llegar a la isla de Borneo, en pleno océano Pacífico. Pero al final se decide y viaja hasta encontrarse con su tía Rosa, conservacionista, que trabaja en un hospital de orangutanes al borde de la selva. Una vez allí, tendrá que aprender las costumbres del país, a comer siempre arroz con verduras, a soportar la elevada humedad, a lavarse como los habitantes de la isla... y aunque al principio le cuesta un poco, conseguirá adaptarse hasta el punto de adquirir algún conocimiento, muy elemental, de la lengua del lugar. Vive con su tía en el campamento destinado a recuperar orangutanes heridos, crías huérfanas, etc. Y aprenderá poco a poco a cuidarlos y a sentir empatía por elos. Se concienciará en esos días sobre la conservación del medio ambiente y la importancia de protegerlo para preservar, en definitiva, a la especie humana.
Cuando su viaje está a punto de finalizar, un día entra en el bosque, y tiene un encuentro con el 'rey de la selva', el orangután macho y jefe de toda la zona. Ocurre algo inesperado que hace que la conciencia de Martín despierte. Ya nada le da igual, se siente responsable y valorado. Esta experiencia profunda de consxión con el medio salvaje marcará su vida para siempre.