María Morales avanza para visibilizar y luchar contra la triple violencia que sufren las indígenas: política, intradoméstica y racial.

María Moralesmediaset.es

Ser mujer e indígena en Guatemala no es fácil. María Morales lo sabe muy bien. Es maya, y desde joven, lucha para vencer los tres tipos de violencia a los que se enfrentan las mujeres indígenas.

Hasta los 15 años, María creía que la violencia contra la mujer era algo normal. No pudo estudiar: en su pueblo no había escuela y además su familia se reistía porque veía que se enseñaban unos valores que iban en contra de los de su comunidad. A pesar de ello, María siempre tuvo el convencimiento de que las mujeres tienen que participar en todo y que no pueden quedarse sirviendo en casa. Sus padres acabaron por entenderlo y dejaron que empezara a participar en grupos juveniles de su comunidad. En aquel momento, creía que era muy difícil leer y escribir, pero comenzó a cantar en actividades religiosas y aprendió sola, memorizando las letras.

Al frente de la organización Majawil Q'ij ('El nuevo Amanecer'), María coordina actualmente a más de 3.000 socias que se enfrentan a la violencia y a la pobreza; marcadas cada día por coticianas situaciones de racismo. En algunos centros de salud, por ejemplo, no son atendidas por llevar el traje tradicional maya. O si quieren denunciar agresiones o abusos, no pueden hacerlo porque en las instituciones correspondientes no hablan ni entienden su idioma. Incluso cuando les facilitan traductores, suelen ser de otros lugares y no comprenden las características específicas de cada etnia.

Pero el racismo no es el único obstáculo al que deben enfrentarse. Las mujeres indígenas guatemaltecas también sufren violencia institucional, sobre todo por parte del ejército y de la policía. Esta se sitió especialmente durante el conflicto armado del 1960 al 1996.

Durante 36 largos años, el 83% de las víctimas fueron mayas. A la violencia política se suma la violencia doméstica.

María sabe que las mujeres indígenas encarnan problemas enormes, y lejos de ser una víctima pasiva lucha para exigir que todas tengan una vida sin violencia y, sobre todo, una atención específica que tenga en cuenta las características de su comunidad.